miércoles, 12 de mayo de 2010

Era tras la vida

Era tras la vida
Por Ricardo Ernesto Marroquín - Guatemala, 12 de mayo de 2010
rmarroquin@lahora.com.gt

"Qué lástima que tuviera vida tan pequeña, para tragedia tan grande y para tanto trabajo." Otto René Castillo El silencio es una de las mejores herramientas de la impunidad. En Guatemala, pese a que la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH) logró documentar más de 600 masacres, 250 mil personas asesinadas y alrededor de un millón de desplazados durante el conflicto armado interno, poco se habla de los responsables de estas violaciones a los derechos humanos.
Poco se dice sobre las miles de personas que fueron torturadas, asesinadas y desaparecidas porque a los gobiernos militares de turno se les ocurrió que la represión era una política con posibilidad de ser aplicada en contra de la población civil, para evitar cualquier tipo de oposición a los intereses de la oligarquía nacional y del capital transnacional, financistas de los mecanismos de terror y muerte.
Pero, ¿qué hacer ante la potente voz de los huesos? ¿Cómo negar los gritos de justicia de los miles de familiares y amigos de las víctimas de la represión durante el conflicto armado interno o de los sobrevivientes? Los despojos de la cruda violencia son evidentes, y el daño y el dolor no pueden negarse más.
Ante estas evidencias, ante estas voces que no aceptan esconderse tras la cortina de silencio, surge otra de las estrategias que garantizan el sueño plácido a quienes ocupaban los más altos mandos militares: el cambio del discurso y el cambio de palabras para nombrar a las víctimas.
Sucede que al seguir la estrategia de quienes suelen jerarquizar a los muertos según su cercanía, los asesinados durante el conflicto armado, perseguidos por haber luchado a favor de la vigencia de los derechos humanos y de conseguir mejores condiciones de vida para la población, son llamados "mártires", y lo peor de todo, es que escuchamos decir que "ofrendaron su vida por un mejor país".
Según esta postura Otto René Castillo, Aura Marina Vides, Manuel Colom Argueta, Myrna Mack y las 39 personas que fueron quemadas en la sede de la Embajada de España buscaban, por ejemplo, las balas, las brasas, el cuchillo y el fuego antes que plantear otras formas de relacionamiento social y de distribución de la riqueza.
Esta manera perversa de asumir nuestro más próximo pasado tiene claramente dos objetivos: la despolitización de la lucha de los líderes sociales, investigadores, estudiantes y catedráticos, y absolver de cualquier tipo de responsabilidad a los autores materiales e intelectuales de los crímenes.
Cuando se asegura que las víctimas son mártires, se les despoja de la posibilidad de ser ejemplo para la resistencia actual a este sistema económico salvaje que reproduce la pobreza, la desigualdad y la exclusión para la mayoría de la población. Al mártir se le atribuyen cualidades que se alejan de la naturaleza humana, características tan difíciles de asumir por la más común de las personas, que pueden significar un debilitamiento de la participación política.
Además, en el martirio, como acto de ofrecimiento extremo, los verdugos desempeñan un papel importante, no como victimarios responsables del crimen, sino únicamente como eslabones circunstanciales necesarios para cumplir con la ofrenda en donde la vida se acaba por decisión propia. Así, al verdugo se le despoja de la responsabilidad y de cualquier posibilidad de ser procesado por la justicia, ya que los únicos responsables de esas muertes, son las mismas víctimas.
Es cierto que las personas que decidieron luchar desde su espacio en contra de los desmadres de las dictaduras contemplaban la muerte como una posibilidad real, pero no, no era tras ella por la que iban, era tras la vida.
Fuente: www.lahora.com.gt - 110510

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