jueves, 4 de marzo de 2010

Hermano, con su nombre en mis labios

Hermano, con su nombre en mis labiosPor Lucrecia Molina Theissen - Guatemala, 4 de marzo de 2010

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Acabo de estar en Guatemala, en el cementerio de La Verbena y hoy, al despertar en mi cama, me sentí otra vez nada. A la orilla de la fosa vi huesos, calaveras, bolsas negras envolviendo lo que quedó de los cuerpos, trozos de tela, camisetas quizá. Y buscaba la suya sin siquiera acordarme cuál era el color de la que tenía puesta el 6 de octubre de 1981, cuando tres esbirros de la G2 nos lo arrebataron, Marco Antonio.
Siendo nada, sintiéndome nada, me aproximé a la orilla de la fosa. Un agujero horadado en el suelo, de 40 metros de profundidad, tratando de encontrarlo a usted, queriendo traspasar con la vista el volcán de bolsas y de huesos. Les pregunté a las calaveras si desde sus orbitas me habían visto sus ojos, hermanito. ¿Algo de lo que allí está es suyo? ¿Una calavera que parecía tener una mordaza? ¿O lo que quedó de unas manos amarradas o de unos pies sujetos con grilletes?
Me sentí nada con mis huesos aún apretados por la carne. Me sentí nada aún con nombres y apellidos, tratando de reconocerlo en eso que nos guardó la tierra. Despojado de todo, hasta de la muerte, mi hermano quizá esté sepultado en La Verbena sin el abrazo de despedida de quienes le querremos para siempre. Otro xx, de los asesinados por los terroristas que asolaron Guatemala y la convirtieron en esa tragedia cotidiana que es hoy, donde la violencia podría ser lo único que se ha democratizado plenamente.
No sé si usted estuvo allí conmigo. Talvez sí, porque de lo contrario las piernas no me hubiesen sostenido ni hubiera podido mantener los ojos abiertos ante lo que tuve que ver esa mañana. Tampoco, sin su huella en mi alma, sin su aliento, no hubiera logrado pronunciar en voz alta su nombre.
Su nombre. Lo buscamos con él. Lo llevamos como se lleva una lámpara para alumbrar lo que dejó la muerte uniformada. Levantando las piedras, madre y padre recorrieron el país de una punta a la otra, queriendo encontrar su latido. Ese día, 26 de febrero, su nombre era usted en mis labios, en mi abrazo que fue dejado huérfano, como otros tantos que fueron gritados con lágrimas de rabia en La Verbena. En la fosa, los huesos, las calaveras con las cuencas vacías, los restos de ropa y de mordazas, los grilletes, coronados de flores.
Fui una en la tristeza con mis hermanos y hermanas de dolor y de espera: Aura Elena, Rosalina, Marylena, Valentina, Mayarí, Tula, Julio, Lucrecia y tanta gente convocada por el amor a nuestros seres queridos, amor que se impone por encima del tiempo transcurrido. Una con todos los que quisimos, con angustia y esperanza, ponerle un nombre a cada cuerpo que apareció sin vida en esos años aciagos, terrible momento en el que nos arrebataron la verdad y la justicia, junto con mi hermano y 45000 personas más. Ellos y ellas, hombres y mujeres, niñas y niños como Marco Antonio, ancianos y ancianas, un enorme caudal de seres humanos - las madres, padres, esposos, esposas, hijos, hijas, hermanos, hermanas, amigos, compañeros y compañeras- que formó un río que nos partió la historia, el de los desaparecidos. Ahora soy una más en la renovada esperanza de encontrarlos.

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